Hemos olvidado nuestro propósito fundamental, hemos olvidado quiénes somos y para qué somos, hemos olvidado nuestro origen y nuestro nombre, incluso hemos olvidado que hemos olvidado…

Y en medio de esa ausencia de realidad, unos se aferran a cosas pequeñas, otros se desgastan en logros que parecen grandes y algunos nos auto-empujamos en la gran obra de la vida que parece ser la sanación de esa amnesia.

Hemos olvidado la verdad, hemos olvidado el uno inicial que por siempre seguirá siendo uno, incluso hemos desdeñado el origen mientras desperdiciamos la travesía en pos de un desenlace ilusorio.

Transitamos por nuestras existencias como mendigos prisioneros de distintas carencias. Abandonados por nosotros mismos, tememos el abandono; insidiados por nuestro propio ego, tememos el juicio externo; cautivos de nuestras sombras, tememos la oscuridad ajena; auto-incapacitados para mirarnos, buscamos el reconocimiento fuera. Los días se suceden, las vidas sobrevienen y en nuestros inconscientes acumulamos memorias que no son nuestras, incluso luchamos con ellas mientras ignoramos las piezas que formarían nuestro rompecabezas. Nuestra atención desentrenada se entretiene con lo intrascendental mientras evita lo cardinal. Y en medio de este juego de horas vacías y silencios pesados, nos preguntamos una y otra vez cuál es el propósito de nuestras existencias.

Cobardes, nos acomodamos en la incomodidad de la infelicidad, mercadeamos con nuestro corazón sin llegar a rozar el Amor y damos por hecho que lo usual es normal sin atrevernos a salir de esta estrechez de temores para recuperar lo real.

Tal vez se trate de comenzar por aceptar que todo puede ser mucho más sencillo de como nos empeñamos en hacerlo. Tal vez, solo tal vez, lo único que debemos hacer es disfrutar de cada instante mientras nos damos el permiso de adentrarnos en nosotros hasta recordar que no necesitamos nada más. Tal vez solo debamos dejarnos en paz hasta sentir que el Amor no es el fin sino el camino.

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